El 4 de setiembre de 1817, "La Argentina" atracó en el puerto de Tamatave, en la costa oriental de Madagascar. Allí inspeccionó cuatro barcos (tres ingleses y uno francés), ejerciendo el derecho de visita que Gran Bretaña y Estados Unidos aplicaban en África desde 1812. Bouchard comprobó que se trataba de barcos negreros, y entonces liberó a los esclavos y requisó los víveres. Cinco marineros de la goleta negrera francesa pidieron alistarse en "La Argentina", al conocer que su capitán era francés y luchaba por la libertad. En cuanto llegó la corbeta de guerra británica "Comway", Bouchard puso a su capitán al tanto de lo obrado y lo dejó al mando de las tareas de vigilancia. "La Argentina" entonces puso proa a Oriente en busca de navíos enemigos. Nuevamente debió afrontar fuertes tempestades, y durante la travesía del Océano Índico buena parte de la tripulación enfermó de escorbuto. Los alimentos empezaron a escasear: sólo quedaban galletas, demasiado duras para ser masticadas por los enfermos, que debían mojarlas para poder comerlas. No había día que no arrojaran un muerto al agua. El 18 de octubre, el capitán de un buque norteamericano les informó que hacía más de tres años que las naves españolas de la Compañía de Filipinas no traficaban en los puertos de la India. Hipólito Bouchard supo que debía llegar a dichas islas si quería encontrar españoles. El 7 de noviembre, con una tripulación diezmada, "La Argentina" fondeó en la isla Nueva de la Cabeza de Java. Desembarcaron a los enfermos y armaron tiendas de campaña. Tras unos días, fray Bernardo de Copacabana, sacerdote betlemita que hacía de médico a bordo, decidió probar con un singular método para recuperar a los enfermos: los enterró hasta el cuello en la arena. En palabras del propio Hipólito Bouchard: "el que era pasado totalmente del escorbuto murió al cabo de una hora desde que se hallaba en la tierra y los demás consiguieron mejorarse. Esta operación se repitió muchas veces hasta que los pobres podían servirse de sus miembros". Al mediodía del 7 de diciembre fueron atacados por piratas malayos, famosos por su crueldad. Bouchard no tenía artilleros sanos para emplear sus cañones, y entonces ordenó a sus hombres enfrentar el peligro con fusiles y armas blancas. El fuego nutrido impidió el abordaje de los piratas, cuyo comandante, al verse derrotado, se clavó dos puñaladas en el pecho y se arrojó al mar. Cinco de sus oficiales lo imitaron. Bouchard ordenó la toma de la nave y la reducción de los piratas derrotados. Otras cuatro embarcaciones escaparon. Siguiendo los usos y costumbres del mar, Hipólito Bouchard convocó un consejo de guerra que juzgó a los prisioneros. Probados sus crímenes (entre ellos, el asesinato de toda la tripulación de un barco portugués que ya se había rendido), el consejo sentenció a muerte a los piratas, con excepción de algunos menores que fueron recibidos como grumetes. Los piratas malayos fueron devueltos a su nave, a la que se le aserraron sus palos. Luego, Bouchard ordenó el fuego. Los piratas desaparecieron bajo las aguas gritando ALA¡¡ALA¡¡
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